El objeto de la elección voluntaria es siempre
un bien. Al revés de lo que ordinariamente se piensa, la libertad no es una
facultad para elegir entre el bien y el mal. Siempre elegimos un bien; necesariamente
adoptamos un camino bueno. Si no fuera bueno, no lo elegiríamos. Nuestra voluntad se inclina siempre por lo bueno.
Esto
podría provocar inmediatamente reacciones negativas o de confusión, si no se
aclara en el acto que no es lo mismo elegir un bien y elegir bien. Siempre elegimos un bien; pero naturalmente, no siempre
elegimos bien. Con la anterior expresión queda claramente diferenciado el nivel ontológico y el nivel moral.
Siempre
elegimos un bien (ontológico); pero no siempre elegimos bien (moralmente
hablando). La voluntad siempre tiende hacia un bien, no podría ser de otra
manera, pues todo ser, por el hecho de existir, tiene un cierto grado de bondad, y es precisamente esa
bondad la que atrae a la voluntad. Y, repito, si el hombre no viera
absolutamente nada bueno en un objeto, ni siquiera se lo propondría para su
elección.
Por
tanto, ya podemos concluir: siempre elegimos un bien; y, cuando se dice que
somos libres para el bien o para el mal, en realidad se quiere decir que somos libres para elegir bien o elegir mal. El bien o el mal se
refieren a la elección misma, no al objeto elegido.
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