EL SER Y EL DEBER SER: UNA DIFÍCIL
PAREJA
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Juan Manuel Garduño Mora
1.2 EL SER Y EL DEBER SER: UNA DIFÍCIL PAREJA
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Juan Manuel Garduño Mora
El
filósofo, lejos de preocuparse por cuestiones intrascendentes, se ocupa de
problemas fundamentales que le dan
sentido a nuestro actuar diario, seamos conscientes de ello o no. Una meta
principal del Que hacer filosófico es
conocer qué es el hombre; ya sea como sujeto cognoscente, o bien como sujeto moral,
es decir, como agente moral. Más aún, una vez que el hombre es consciente de su
libertad intenta realizarla en el mundo.
Un ejemplo de ello son las instituciones que se han tenido a lo largo de la historia y las que tenemos en nuestro
presente, algunos bienes definidos y otras no tanto, pero con la intención de solucionar alguna problemática.
En el caso de los proyectos filosóficos sucede lo mismo, son expresión de una libertad que busca
realizarse. En esta ocasión, me parece oportuno hacer nuevamente una lectura
del pensamiento de Immanuel Kant, quien también trató de instituir una manera de pensar, especialmente en el campo de
la filosofía práctica. Intento, a diferencia de quienes han juzgado este pensar como simplemente
normativo, mostrar el plan que el pensador prusiano tenía para la realización
de su proyecto, tal vez inacabado. Para ello divido mi trabajo en tres partes:
en la primera hago una descripción de
qué es el hombre; luego presento un resumen del sistema normativo kantiano; y,
finalmente, señalo cuál es la pragmática sugerida en algunos textos de Kant, en
ello va mi interpretación. Debo decir
que gran parte de mi trabajo es gracias a lo escrito por Enrique Serrano, sin embargo, guardo con él cierta distancia que
por razones de espacio no puedo exponer aquí.
El antagonismo
Una
de las principales preocupaciones de los pensadores a partir del Renacimiento
era mostrar al hombre “tal como es”. Por
ejemplo, Nicolás Maquiavelo decía que uno de los problemas de los pensadores
políticos de su tiempo era escribir cómo debía ser un príncipe, en lugar de
describir qué eran y qué podían hacer
dadas las circunstancias. Según él, desde su concepción para hacer política, “los
hombres siempre serán malos si la necesidad no les obliga a ser buenos”, por
tanto, había que crear las condiciones,
a partir de la astucia de la razón, para civilizar a los hombres, aunque en
ello fuera el utilizarlos como instrumentos, si el fin lo requería. Thomas
Hobbes propone un intento similar, a través de los modelos de la matemática y
la física señalaba que las pasiones del hombre se corresponden con movimientos, por ello, había
que encontrar qué pasiones promovían la civilidad en los hombres para provocarlas y de esa manera
generar un orden civil.
Algunos
años después, Immanuel Kant propuso su propia teoría de cómo es el hombre. Su punto
de partida es un pesimismo antropológico que no pocas veces se encuentra en la
historia de la filosofía, dice, “con una madera tan torcida como es el hombre
no se puede conseguir nada completamente derecho”, al observar su historia “se
nos figura que el tapiz humano se entreteje con hilos de locura”. De hecho,
creo que para constatar lo dicho por nuestro autor basta ver todo lo ocurrido
durante el siglo pasado, dos terribles guerras mundiales —donde se asesinaban
personas de una manera tan racional en función de la economía que se buscaba—,
además de numerosos conflictos igualmente horribles para quienes lo vivieron.
Al observar este cúmulo de hechos parece que no se puede sino sentir gran
vergüenza de lo que como especie humana hemos hecho.
Aunque,
por otro lado, también podemos ver lo que ha construido el hombre en favor de
sus congéneres, por ejemplo, los avances medicinales, los medios de transporte
y comunicación, las instituciones educativas, así como las de beneficencia
pública, entre otras. Ahora bien, ante un panorama tan diverso de la acción del
hombre —capaz de hacer grandes males, pero también de grandes bienes, pues “los
hombres no se mueven, como los animales, por puro instinto, ni tampoco, como
racionales ciudadanos del mundo”— “no sabe uno qué concepto formarse de nuestra
especie”.
Ante
una imagen contrastante como la descrita sólo se puede decir que el hombre,
como especie, es un ser contradictorio. Pero veamos cómo presenta Kant al
hombre después de haber señalado estas características.
Según
Kant, lo característico de los hombres es el antagonismo, que se manifiesta en
lo que llama insociable sociabilidad. Ésta se compone de dos tendencias del ser
humano, primero “[e]l hombre tiene una inclinación a entrar en sociedad; porque
en tal estado se siente más como hombre
[…]
Pero [segundo] también tiene una gran tendencia a aislarse; porque tropieza en
sí mismo con la cualidad insocial que le lleva a querer disponer de todo según
le place”. Por ejemplo, estamos de acuerdo en que los semáforos sirven para
regular el tráfico de la ciudad, de hecho, nos vemos beneficiados cuando
queremos cruzar la calle, pero otra perspectiva es estar detrás del volante con
prisa, pues estamos ante la tentativa de respetar o no el señalamiento, en
otras palabras entramos en conflicto con
nosotros mismos y, al mismo tiempo, con las normas cívicas; en ese momento quisiéramos que no estuviera el semáforo o que
estuviera en verde, por ello nos sentimos impedidos, al menos en ese momento. Guardar las normas
civiles implica doblegar los impulsos inmediatos para obtener beneficios a largo plazo, de allí que
la perspectiva a largo y corto plazo genere un conflicto al interior mismo del hombre. El mantener la
ciudad libre de basura, verbigracia, implica el esfuerzo de que todos se
abstengan de tirarla en la calle, pero el beneficio es una ciudad más salubre,
limpia y, por qué no, bella.
La
cuestión aquí es que el hombre espontáneamente no sigue las normas de la
civilidad, sino que necesita ser obligado a ello. Sólo una vez que ha adquirido
hábitos puede comportarse en la sociedad. Aunque ello no es garantía, ya que el
hombre plenamente consciente, en este caso podría decir que tiene perspectivas
a largo plazo, también es capaz de hacer el mal, de hecho, hace el mal por el
mal mismo, concepto que Kant llama mal radical. A diferencia de Platón, para el
prusiano el que actúa mal no lo hace por ignorancia, sino con pleno
conocimiento de causa, es decir, en sus máximas adopta el utilizar al otro como
un simple medio para sus fines. Reduce al otro a condición de objeto. Por
ejemplo, esclavizar a alguien no es por obra de la ignorancia, sino por un
motivo egoísta que nos lleva a no reconocer los derechos del otro, uno es tan consciente
de ello que por ninguna razón quisiera estar en el lugar del esclavo. Para
Kant, este fenómeno es una perversión que invierte los motivos impulsores del
libre arbitrio en contra de la ley moral.
Ante
tal espectáculo uno se pregunta qué se puede hacer con una materia como esta
que se acaba de presentar. Según Enrique Serrano, en su interpretación de Kant,
“esa insociable sociabilidad es lo que puede permitir que los individuos acudan
a su razón como elemento regulador en sus relaciones”. En la experiencia, como
vimos, no se pueden encontrar elementos reguladores, porque cuando parece que
se está ante una generalidad, aparecen los contraejemplos, por ello se hace necesario
acudir a la razón para encontrar ese principio que oriente nuestras acciones en
pos del bien.
El normativismo
La
contingencia del mundo empírico no permite extraer ningún principio universal
para fundamentar la moral. De hecho, cuando Kant inicia su proyecto ético tiene
claro que ni los talentos del espíritu — como el entendimiento, el ingenio, o
la capacidad de juzgar—, ni los dones de la fortuna —como el poder, la riqueza,
la honra y la salud—, son cosas buenas en sí, pues dependen de cómo se las use.
Además,
recurrir a la naturaleza para extraer de ella las leyes, sería tanto como
determinar a través de ella el lugar y la función del hombre en el mundo,
cancelando con ello la libertad, ya que se recurriría a un argumento
determinista. Por otra parte, Kant tampoco alude a un ser superior, por ejemplo
Dios, para fundamentar su moral, ya que para ello necesitaría primero demostrar
su existencia, lo cual él mismo presentó como algo que no está a nuestro
alcance. Por ello, recurre a la razón para señalar que sólo en ella se puede
fundamentar sólidamente la moral, de allí que proponga el imperativo categórico
en sus tres formulaciones —del cual no hablaré en este trabajo y lo daré por
supuesto—. De la misma manera que fundamenta la moral, la cual es de índole
personal, nuestro autor también fundamentará el derecho en la razón, es decir,
en esa facultad que todos tienen, al menos en potencia, veamos cómo.
Para
Kant una cosa es lo que el derecho es y otra lo que deba ser, respecto de lo
primero la razón hace una descripción basada en la observación, mientras que de
lo segundo la razón elabora una prescripción. El derecho es, desde el plano
empírico, “lo que dicen o han dicho las leyes en un determinado lugar y en un
determinado tiempo”. Mientras que desde un plano normativo “el derecho es el
conjunto de condiciones bajo las cuales el arbitrio de uno puede conciliarse
con el arbitrio de otro según una ley universal de la libertad” (esta
definición puede entenderse como la formulación social del imperativo
categórico). Sin embargo, para lograr esto último se necesita que las leyes
estén basadas en el consenso de todos, ya que, como dice el prusiano “volenti
non fit iniuria”, es decir, “sólo contra sí mismo nadie puede cometer
injusticia”. Pero ¿cómo se puede no ser injusto consigo mismo? Según nuestro
autor, si uno hiciera las leyes con las que va a convivir con sus congéneres,
no permitiría que se aprobara alguna que lo dejara en desventaja en relación
con los demás —a menos que en ese momento no tuviera idea clara de lo que
implica la ley —. Ante esto surge la pregunta de cómo podríamos pactar las
leyes todos en común acuerdo, a lo que nuestro autor responde lo siguiente:
El
acto por el que el pueblo mismo se constituye como Estado —aunque propiamente hablando,
solo la idea de éste, que es la única por la que puede pensarse su legalidad—
es el contrato originario, según el cual todos (omnes et singuli) en el pueblo
renuncian a su libertad exterior, para recobrarla enseguida como miembros de una
comunidad, es decir, como miembros del pueblo considerado como Estado
(universi): y no puede decirse que el Estado, el hombre en el Estado, haya
sacrificado a un fin parte de su libertad exterior innata, sino que ha abandonado
por completo su libertad salvaje y sin ley, para encontrar de nuevo su libertad
engeneral, íntegra, en la dependencia legal, es decir, en un estado jurídico;
porque esta dependencia brota de su propia voluntad legisladora.
En
este pasaje, el prusiano no nos habla de cuál es el origen del Estado, o mejor
dicho, el Estado de derecho, sino de la idea que da legitimidad a las leyes por
las que se rige. A través de esta idea es que se puede pensar racionalmente en
la legitimidad del Estado y que la legislación es producto del convenio de
todos, aunque en los hechos no suceda así. La idea del contrato originario
tiene también otras implicaciones, ya que no parte del supuesto de que la ley
está dada, sino que se debe instituir, además de que considera, de inicio, a
los hombres con ciertos atributos. El hecho de contratar implica, primero, la
libertad de cada uno de los que participan, segundo, reconocer al otro como un igual
y, tercero, la independencia de cada miembro en relación con otros. Esto es a
lo que nuestro autor denomina los atributos jurídicos del ciudadano.
Respecto
del primer atributo jurídico, Kant señala que cada quien es libre de buscar la
felicidad a su propio modo, sin que otros le obliguen a seguir un ideal de
ésta, la única restricción es que en su búsqueda de la felicidad, no dañe la
libertad de otros. Por ello, un Estado que pretende la felicidad de sus
súbditos no puede considerarse sino como paternalista, porque los trata no como
ciudadanos, sino como niños, a los que se les dice qué deben hacer. Por otra
parte, la libertad también consiste en no obedecer otra ley más que sólo a
aquellas a las cuales ha dado su consentimiento, es decir, las leyes son un
producto artificial y a través de ellas uno se compromete con los otros, por lo
que nadie nace es clavo o es esclavo por naturaleza, pues sus derechos y
obligaciones nacen de su común acuerdo con los otros.
La
igualdad, como segundo atributo jurídico, Kant la contempla frente a la ley.
Ésta se aplica a todos dentro del Estado, nadie está exento de su cumplimiento.
Con esta norma igualitaria ante la ley también desaparecen los privilegios
innatos, es decir, los que refieren a títulos de nobleza, pues podemos
preguntar, ¿por qué el hijo de un rey tendría más derechos que el de un
campesino?, ¿qué mérito propio tiene? Si analizamos con detenimiento, parece
que no hay un argumento que justifique tal cosa. Aunque, por otro lado, esta
igualdad ante la ley admite la desigualdad de riquezas y posesiones. Según el
análisis kantiano, los individuos entre sí tienen diferentes potencialidades y talentos,
por ello cada uno tiene el derecho de superarse tanto como sus condiciones se
lo permitan, de ahí que la desigualdad en bienes surja a cada momento sin que
esto implique necesariamente la injusticia por parte de los miembros que se
superan más que otros.
El
tercer punto es la independencia, la cual viene a ser la conjunción de los dos
principios anteriores, aquí se considera al miembro del Estado como
colegislador del mismo, ya que “una ley pública […] es el acto de una voluntad
pública […] tal voluntad no puede ser sino la voluntad del pueblo entero (ya
que todos deciden sobre todos y, por ende, cada uno sobre sí mismo), pues sólo contra
sí mismo nadie puede cometer injusticia”. Sin embargo, para este punto se debe
tener derecho a voto, donde dice Kant: “La única cualidad exigida para ello,
aparte de la cualidad natural (no ser niño ni mujer); es ésta: que uno sea su
propio señor (sui iuris) y, por tanto, que tenga alguna propiedad (incluyendo en este concepto toda habilidad,
oficio, arte o ciencia) que le mantenga”. Como puede verse, el ideal de ser
colegisladores tiene un fundamento racional suficiente, que es la libertad y la
igualdad, sin embargo, el derecho a voto Kant lo restringe a quienes tiene
propiedades. Hablando entérminos kantianos podemos preguntar, ¿un propietario
es dueño de sí?, cuando tenemos ejemplos de gente con muchos recursos que es
esclava de sus pasiones y, por ende, no es dueño de sí. Al respecto en una nota
al pie, Kant tímidamente comenta: “Es algo difícil —lo confieso— determinar los
requisitos que ha de satisfacer quien pretenda la posición de un hombre que sea
su propio señor”.
Una
vez que se ha señalado cómo se instituye el Estado idealmente y cómo se supone deben
ser considerados los hombres en tanto ciudadanos podemos contrastar con la
realidad, con lo que encontramos un abismo que se escinde entre lo que es y lo
que debería ser un Estado. El origen del estado son las guerras, la tiranía, la
opresión y la violencia en general, como dice Friedrich Nietzsche:
“el
«Estado» más antiguo que apareció, en consecuencia, como una horrible tiranía,
como una maquinaria trituradora y desconsiderada”, sin embargo, el que ese haya
sido su origen no quiere decir que ese también sea su destino. Señala Kant que
si bien el origen del Estado es la violencia, su destino ha de ser el intentar
acercarse a la idea del contrato originario, si pretende valer como justo: […]
el espíritu de aquel contrato originario (anima pacti originarii) implica la
obligación, por arte del constituyente, de adecuar la forma de gobierno a
aquella idea, por tanto, si no puede hacerlo de una vez, la obligación de ir
cambiándola paulatina y continuamente hasta que concuerde, en cuanto a su efecto,
con la única constitución legitima, es decir, la de una república pura; y que
aquellas antiguas formas empíricas (estatutarias), que sólo servían para conseguir
la sumisión del pueblo, se resuelvan en la originaria (racional), que sólo
tiene como principio la libertad.
Un
sistema normativo, como el que nos presenta nuestro autor, no valdría la pena
de ser estudiado, si al menos no presenta alguna conexión con la realidad. En
este pasaje, me parece que es claro que la función de un ideal normativo es
servir como una brújula para la realidad. Como se dijo antes, de la realidad no
se puede extraer ningún principio universal para guiar la conducta entre los seres
humanos, pero sí de la razón, por tanto, ha de ser ésta la que nos guíe en
nuestro actuar, ya que la razón no sólo prescribe, sino que también la
describe, es decir, tiene la capacidad de conocerla. Sin embargo, cabe la
pregunta, ¿cómo se relacionan estos dos ámbitos?
Una difícil pareja
Como se observó antes, la
descripción del hombre, la teoría de cómo es el hombre, es claramente realista
por parte de Kant, sin embargo, ello no le lleva a caer en un cinismo respecto
de la humanidad, por el contrario, alza la vista muy alto para describir cómo
debería ser. Lo problemático no es hacer a Wolfgang Kersting, dice: “Kant eleva
un factor contingente a la categoría de principio de justificación a priori.
Kant es culpable aquí de un serio error teórico […] el cual degrada a aquellos
que no tienen propiedad a seres de segunda clase política este contraste entre
lo que se es y lo que se debe ser, sino tratar de acercar ambos extremos. El
mismo pensador prusiano es escéptico al respecto, sabe que nunca coincidirán
ambos ámbitos, pero el esfuerzo es ya un deber que implica la virtud humana. De
hecho, su filosofía práctica busca esto precisamente: “la filosofía política de
Kant también refleja cuidadosamente las condiciones empíricas para la
realización de las normas de la teoría racional del derecho y desarrolla un
asombroso pragmatismo”. Para demostrar cómo es que nuestro autor piensa
realizar este proyecto, dividiré esta sección en tres partes. Primero expondré
el método que utiliza nuestro autor, luego, mostraré cómo a través de este
método reconstruye la historia, en la que se incluye la idea de progreso. Por
último, presentaré una crítica a Kant y su posible defensa.
a) El juicio reflexionante y la historia conjetural
Durante
el siglo XVIII surge una manera de reflexionar que recibe varias nominaciones y
consiste en mostrar de manera plausible cómo se ha llegado de un estadio a otro
a través de una conjetura. Dugald
Stewart,
hablando de Adam Smith, menciona acerca de su sistema:
“Me
he tomado la libertad de llamar a este tipo de investigación filosófica, que
carece de un nombre apropiado en nuestro idioma, con el título de historia
teórica o conjetural; la expresión coincide bastante en su significado con la
de historia natural, utilizada por el señor Hume, y con lo que algunos autores
franceses han denominado histoire raisonnée”.
El
recurso de la historia conjetural, que es como llamaré aquí a este tipo de
reflexiones, surge por dos razones que considero de suma importancia: primero,
el escepticismo de esa época, en el campo del conocimiento, y, segundo, por
ofrecer otra explicación que legitimara el origen del Estado apartándose del
contrato social. Respecto del conocimiento, David Hume da una explicación del concepto
de causalidad donde muestra que la unión de causa y efecto no es sino un hábito
subjetivo que nosotros nos hemos formado, que es la costumbre la que nos lleva
a esperar determinados efectos ante ciertos hechos. A través de estas
asociaciones es que nosotros nos formamos una explicación que pretendemos como
científica, al respecto, conviene citarlo in extenso:
[...]
la clase más usual de conexión entre los distintos sucesos que forman parte de
cualquier composición narrativa es la de causa y efecto. Mientras el
historiador reconstruye la serie de acciones en su orden inicial, se eleva a
sus fuentes y principios ocultos y esboza sus consecuencias más remotas, y
escoge para su tema una determinada porción de aquella gran cadena de
acontecimientos que componen la historia de la humanidad, intenta en su relato trabar
cada eslabón de esta cadena. Algunas veces, la ignorancia invencible hace que
todos sus intentos sean inútiles. Otras, suple por conjetura aquello de lo que
no tiene conocimiento, y siempre tiene conciencia de que, cuanto menos inconexa
sea la cadena que presenta a sus lectores, más perfecta es su obra. Ve que el
conocimiento de las causas no sólo es satisfactorio, siendo su relación o
conexión la más fuerte de todas, sino también el más instructivo, puesto que
tan sólo por este conocimiento podemos controlar los acontecimientos y gobernar
el futuro.
Ahora
bien, como se observa en la cita, en general, el conocimiento son conjeturas
que hacemos para unir los eslabones de una cadena, pero no son inútiles, pues
nos sirven para gobernar el futuro. Por otra parte, a través de las teorías
contractualistas, pensemos por ejemplo en Thomas
Hobbes
y John Locke, se pretendía dar una legitimación del Estado en la cual se
narraba una transición del estado de naturaleza al estado civil mediante un
contrato. Mas muchos autores no estuvieron de acuerdo en cómo se llevaba a cabo
dicha labor, por ello hicieron una teoría alterna. Entre estos autores, los de
la escuela escocesa me parecen los más sobresalientes, en especial Adam
Ferguson y Adam Smith, quienes trataron de dar una explicación de cuál ha sido
el desarrollo de la sociedad para llegar hasta el estadio en que se encuentra,
partiendo de un estado rudimentario —nótese que a diferencia de los
contractualistas, ellos no tratan de legitimar el Estado, sino de describir su
desarrollo y las condiciones históricas de las que surge—. Tomemos como ejemplo
a Smith, según Serrano: “El método que Adam Smith contrapone al contractual
ismo, consiste en tomar dos [o más] hechos históricos para reconstruir, a
través de una narración verosímil, los pasos que fueron necesarios para llegar
de uno a otro”. Por ejemplo, Smith se propone explicar cómo fue posible llegar
de una etapa ruda a una sociedad moderna, para ello explica lo que posibilitó
dicho tránsito, como lo fue la división del trabajo que dio lugar a la
especialización, el ahorro de tiempo, a causa de lo anterior, y el implemento
de máquinas en el desarrollo de la producción.
No
se puede decir que las teorías de Hume y Smith sean lo que propiamente se
conoce como conocimiento científico, pero lo que sí cabe destacar es que este
tipo de reflexiones nos ayuda a reducir complejidad para acercarnos a la
realidad y poder explicarla, como más o menos lo hace Max Weber con la teoría
de los tipos ideales. Conforme más aguda se va haciendo la investigación se
insertan mayor número de variables, con lo que se logra una mejor explicación.
Pero,
¿esto qué tiene que ver con Kant y su modelo pragmático? El prusiano también consideró
este tipo de explicaciones y dio su opinión al respecto. Para él, este tipo de
historias desarrolla un papel heurístico que nos ayuda a investigar la
naturaleza, pero también nos ayuda a reflexionar acerca de la historia. La
clave para realizar este tipo de reconstrucciones es pensar que el curso de las
cosas tiende a un fin. Respecto de lo primero, me parece que gran parte de la
teoría de la evolución parte de este principio que se llama teleológico. En el
segundo caso, nuestro autor tratará de pensar la historia como si ésta fuera el
producto de una madre naturaleza con una finalidad, para mostrar el desarrollo
de la especie humana. Los juicios que se emiten y que tienen como base en el
concepto de fin o finalidad se llaman juicios reflexionantes.
Los
hechos históricos se presentan como una serie de fenómenos caóticos, pero si se
observan con mayor distancia, se puede ver en ellos cierta regularidad. El
atribuir una finalidad a la serie que se nos presenta es incluir una conjetura
que nos sirve, entre otras cosas, para conducir nuestra acción. No sólo
aprendiendo de la historia, sino tratando de escribirla.
b) La historia desde Kant
¿Progresa
la especie humana?, ésta es una pregunta que se plantea seriamente Immanuel
Kant. Su respuesta es que no se puede saber esto, ya que ello depende de cuáles
sean los fines que se proponga el hombre en tanto especie. Lo que sí se puede
responder es qué se quiere que resulte del hombre como especie. Kant plantea
tres situaciones hipotéticas al respecto: se va en retroceso, se está en un estancamiento
y se progresa. Al respecto la cuestión no es cuál es la verdadera, porque no se
puede saber, sino cuál nos conviene asumir. De elegir la primera, explica el
autor, habría una desgana por parte de la humanidad, ya que si todo va
empeorando ¿de qué sirve portarse bien? En el caso del estancamiento, la
cuestión viene a ser lo mismo, pues para qué esforzarse si todo seguirá igual.
Sin embargo, al optar por la opción del progreso, nace la esperanza de ser
mejor, al acomodar los hechos de tal manera que parezca que progresamos y quizá
se logre incentivar el ánimo para esforzarse. No es lo mismo una panorámica
donde todo se presenta negro a otra donde hay una esperanza, al menos.
Para
dar una explicación del progreso de la especie humana, Kant señala,
heurísticamente, que la naturaleza ha dispuesto ciertos principios para que el
hombre desarrolle todas sus habilidades por completo. El antagonismo del
hombre, es decir, su insociable sociabilidad, lo mantiene en un estado de
constante conflicto con sus congéneres, por lo que tiene que buscar la creación
de un estado civil, en el que se pueda garantizar la seguridad de todos. El problema
es que, en principio, el hombre es un animal que necesita de un señor que le
doblegue su voluntad, pero ¿de dónde saca a ese señor? Esto le llevará a la
institución de la ley, donde al ser la misma regla para todos, se buscará hacer
la mejor legislación. Al instituir el Estado, el conflicto nace con otras
entidades de esa misma envergadura, por lo que se tienen que firmar convenios
de respeto mutuo con los Estados vecinos —en especial para realizar
intercambios comerciales—. De tal manera que este desarrollo apunta al más alto
fin de la humanidad: la paz perpetua.
El
derecho y la historia se desarrollan de una forma muy unida en la filosofía
práctica de Kant. Si nosotros seguimos la historia a través del derecho, se
puede ver que: si no se ha podido suprimir la esclavitud, al menos está
condenada moralmente, ya que nadie se atreve a decir públicamente soy un esclavizador!
O bien, en el reciente caso de la guerra de Irak, el país más poderoso del
mundo no puede quitarse el estigma de que una mayoría de la humanidad considere
su guerra como injusta. La esclavitud ya no es vista como algo normal, como
quizá lo era para los griegos, ni la guerra (según preventiva) se considera
justa, incluso se puede hablar de que el derecho de conquista ya no se considera
legítimo. Este tipo de progresos tiene que confrontarse con hechos que nos
hacen caer en el desánimo, como lo es la trata de personas o la explotación
sexual infantil, pero no debemos dejarnos vencer, pues este es el tipo de retos
que nos corresponde a nosotros resolver. Cada parte de la historia tiene sus
propios demonios y éstos son los que nos corresponden combatir a nosotros.
c) Una objeción a la postura kantiana y su posible
respuesta
En
charlas con algunos compañeros, principalmente de posturas hegelianas o
marxistas, me han comentado que la postura de Kant es ingenua, en tanto que la
realidad y los conflictos sociales no se reducen ni se resuelven completamente
en el derecho. La idea de ellos es que Kant continúa siendo sólo un formalista.
Ante ello me pregunto ¿qué tan válida o plausible es esta crítica? Sé que la
vida no se reduce al derecho, sino que hay más cosas que mueven al hombre y no
sólo la coacción de la ley, por ejemplo, la religión, los clubes deportivos,
sus esferas sociales, etcétera. Pero sí puedo decir que el campo más neutro de
la política es el derecho. Por ejemplo, en el caso de la religión, a partir de
la fe, no me parece que las personas estén muy dispuestas a dejar a un lado sus
creencias —aunque éstas no sean coherentes e incluso sean injustas— para
aceptar al otro sin censuras; puede verse cuántos conflictos han surgido al
respecto, además, recordemos —como Kant advierte— que las costumbres son
susceptibles de corromperse.
Últimamente,
las demandas sociales ya no apelan a las costumbres, sino a los derechos para hacer
valer sus intereses. Por ejemplo, el multiculturalismo de Will Kimlicka apuesta
por preservar los valores culturales a través de los derechos. Además, cuando
pensamos en los derechos humanos, los derechos de la mujer, los derechos de los
niños, uno se puede preguntar, ¿acaso la política actual no semueve a través
del derecho? ¿Qué tan ingenua puede ser la postura kantiana, si la gran mayoría
de las demandas se hacen en torno al derecho? Me parece que el camino trazado
por el pensador de Königsberg es correcto en gran parte.
Conclusión
Quizá nunca logremos
alcanzar el ideal de un estado republicano tal como lo apuntó Kant, pero al menos
nos queda como guía para intentar aspirar a algo mejor. Tal vez nos estemos
preocupando por un sueño que nunca se realizará, pero qué es un hombre sin un
sueño. En términos generales, se puede decir que entre lo que el hombre es y lo
que debe ser hay un abismo de separación, pero tenemos la tarea de tratar de
empatarlos lo más que se pueda. ¿Son una difícil pareja? Quizá nunca sean una pareja,
sin embargo, nos queda buscar esa reconciliación. Habrá que decir que hay muchos
obstáculosque librar y que nos sirven de pretexto para no actuar, así que me
quedo con la apreciación que tiene
Kant.
Conclusión
Quizá
nunca logremos alcanzar el ideal de un estado republicano tal como lo apuntó
Kant, pero al
menos
nos queda como guía para intentar aspirar a algo mejor. Tal vez nos estemos
preocupando por
un
sueño que nunca se realizará, pero qué es un hombre sin un sueño. En términos
generales, se puede
decir
que entre lo que el hombre es y lo que debe ser hay un abismo de separación,
pero tenemos la
tarea
de tratar de empatarlos lo más que se pueda. ¿Son una difícil pareja? Quizá
nunca sean una
pareja,
sin embargo, nos queda buscar esa reconciliación. Habrá que decir que hay
muchos obstáculos
que
librar y que nos sirven de pretexto para no actuar, así que me quedo con la
apreciación que tiene
Kant.
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