La formación
del carácter consiste en la conjugación de una inteligencia clara y de una
voluntad firme ante la escurridiza y asistemática sensibilidad (o
sentimentalismo), o bien, en otros términos, el carácter es el dominio de las
facultades superiores (inteligencia y voluntad) sobre las inferiores (las
sensaciones, pasiones y apetitos sensitivos).
Muchas veces escuchamos al Dr. Carlos Llano Cifuentes hablar de la libertad que siempre la asociaba con la responsabilidad pues se daba cuenta de que el hecho de ejercer la primera conlleva de inmediato a la segunda ya que se realizó el ejercicio de elegir libremente.
En la sociedad actual se pide mucho la libertad pero hay un elocuente silencio cuando se trata de asociarla a la responsabilidad de ejercerla.
Carlos Llano también hacía especial hincapié en dos capacidades muy importantes: la inteligencia y la voluntad.
La inteligencia nos permite conocer la realidad para diagnosticarla bien y, una vez hecho el diagnóstico, nos permite decidir qué acción tomar tras sopesar pros y contras y usando la creatividad para encontrar mejores maneras de hacer las cosas, con ideas nuevas que, de no ponerlas en práctica, se quedarán sólo en eso: ideas. Pero recordemos, todo lo que fue creado, todo lo que se hace, primero fue pensado.
Esta inteligencia, este discernimiento, se apoya muchísimo en dos características: primero, nuestra experiencia, es decir, capitalizar lo que hemos vivido, incluyendo (especialmente) las derrotas, los fracasos, las veces que no lo logramos, (a veces un gran éxito es precedido por un sonoro fracaso), no debemos confundirla con antigüedad que se refiere a hacer lo mismo, una y otra vez, sin aprender de ello.
La formación propia también influye. No piensa igual un abogado, que un médico o que un ingeniero, por eso es tan importante la educación, en especial la educación fina, la de calidad, la que está preocupada en el desarrollo de capacidades y hasta de virtudes en los alumnos.
Estoy seguro que todos nosotros recordamos con cariño a algún muy buen maestro que tuvimos, no nos extrañe que haya sido exigente ni tampoco que haya combinado exigencia y cariño (que haya manifestado caridad) esos son los profesores que forman, los que admiramos, los que desearíamos para nuestros hijos.
Por su parte, la voluntad nos permite decidir y ordenar nuestra propia conducta, nuestros comportamientos. Ésta debe estar dominada por nuestra inteligencia (no por nuestros caprichos, pasiones o deseos ocurrentes) hay que tamizar lo que queremos hacer, antes de hacerlo, hay que reflexionarlo con cuidado. Dicho de otra manera, es la inteligencia bien usada y dirigida (basada y apoyada en buenos valores) la que debe, por su parte, dirigir a la voluntad.
Así nos encontramos con dos capacidades o facultades que podrían parecer opuestas, aunque más bien deberían ser yuxtapuestas, es decir, estar siempre juntas, pues una permite ver y razonar, considerando la experiencia propia, la formación personal los conocimientos para que, ante un punto de decisión, se pueda elegir el mejor curso de acción. Y la voluntad nos permite imperar sobre nuestra conducta, tomar el mando y hacer lo que la inteligencia nos sugiere.
Muchas veces escuchamos al Dr. Carlos Llano Cifuentes hablar de la libertad que siempre la asociaba con la responsabilidad pues se daba cuenta de que el hecho de ejercer la primera conlleva de inmediato a la segunda ya que se realizó el ejercicio de elegir libremente.
En la sociedad actual se pide mucho la libertad pero hay un elocuente silencio cuando se trata de asociarla a la responsabilidad de ejercerla.
Carlos Llano también hacía especial hincapié en dos capacidades muy importantes: la inteligencia y la voluntad.
La inteligencia nos permite conocer la realidad para diagnosticarla bien y, una vez hecho el diagnóstico, nos permite decidir qué acción tomar tras sopesar pros y contras y usando la creatividad para encontrar mejores maneras de hacer las cosas, con ideas nuevas que, de no ponerlas en práctica, se quedarán sólo en eso: ideas. Pero recordemos, todo lo que fue creado, todo lo que se hace, primero fue pensado.
Esta inteligencia, este discernimiento, se apoya muchísimo en dos características: primero, nuestra experiencia, es decir, capitalizar lo que hemos vivido, incluyendo (especialmente) las derrotas, los fracasos, las veces que no lo logramos, (a veces un gran éxito es precedido por un sonoro fracaso), no debemos confundirla con antigüedad que se refiere a hacer lo mismo, una y otra vez, sin aprender de ello.
La formación propia también influye. No piensa igual un abogado, que un médico o que un ingeniero, por eso es tan importante la educación, en especial la educación fina, la de calidad, la que está preocupada en el desarrollo de capacidades y hasta de virtudes en los alumnos.
Estoy seguro que todos nosotros recordamos con cariño a algún muy buen maestro que tuvimos, no nos extrañe que haya sido exigente ni tampoco que haya combinado exigencia y cariño (que haya manifestado caridad) esos son los profesores que forman, los que admiramos, los que desearíamos para nuestros hijos.
Por su parte, la voluntad nos permite decidir y ordenar nuestra propia conducta, nuestros comportamientos. Ésta debe estar dominada por nuestra inteligencia (no por nuestros caprichos, pasiones o deseos ocurrentes) hay que tamizar lo que queremos hacer, antes de hacerlo, hay que reflexionarlo con cuidado. Dicho de otra manera, es la inteligencia bien usada y dirigida (basada y apoyada en buenos valores) la que debe, por su parte, dirigir a la voluntad.
Así nos encontramos con dos capacidades o facultades que podrían parecer opuestas, aunque más bien deberían ser yuxtapuestas, es decir, estar siempre juntas, pues una permite ver y razonar, considerando la experiencia propia, la formación personal los conocimientos para que, ante un punto de decisión, se pueda elegir el mejor curso de acción. Y la voluntad nos permite imperar sobre nuestra conducta, tomar el mando y hacer lo que la inteligencia nos sugiere.
Libertad,
inteligencia y voluntad, tres elementos que bien usados, nos permiten tener
carácter y luchar por ser mejores.
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